Confieso que soy un pelín adicta a la cosmética. En parte porque crecí rodeada de perfumes, cremas y demás potingues que abarrotaban el cuarto de baño de mi madre, donde tanto me gustaba curiosear. Y sobretodo porque mi trabajo tiene mucho que ver con los potingues que tanto me gustan. Barras de labios, cremas antiarrugas, iluminadoras y antimanchas, perfumes, brumas, coloretes, aceites corporales... todo lo tengo tan cerca y tan a mano que es difícil resistirse y al final mi cuarto de baño parece un pequeño Bodybell. Y oye, es gloria bendita. Y si no, que se lo digan a Manuel, que disfruta trasteando entre mis cajones. Le encanta abrir botes, ponerse cremas y luego mirarse en el espejo diciendo "mira, Manuel está muy guapa". Últimamente lo más de lo más es pintarse los labios. Es verme frente al espejo con el "rouge" en la mano y ya no para hasta que consigue que se lo preste "solo un poquito vale mami?".
El otro día me partí de risa porque, en un vano intento de disuadirle de su idea de maquilllarse como mami, le dije, "Manuel, si te pintas los labios van a pensar que eres una nena". A lo que él contesta, muy resuelto: "No, mami, soy un nene que se pinta los labios".
Pues claro, y yo que no me había dado cuenta.
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