
Estos últimos días, Manuel tarda mucho en dormirse y casi siempre lo hace después de llorar un buen rato. Hasta ahora dormía de maravilla, y tenía una rutina muy buena de sueño. Cada día seguíamos el mismo ritual de baño, masaje, bibe y cuento, y cuando sobre las nueve de la noche, le dejaba en la cuna, se quedaba tan tranquilo mirando su muñeco (un elefante muy blandito que le regaló mi amiga Mery y que le encanta) y con la música del gusiluz se dormía él solito.
Pero ya lleva unas dos semanas que ha decidido que no le gusta nada lo de quedarse solo en la cuna y en cuanto le dejo allí, empieza primero a prostestar bajito, después con un poco más de brío y al final agarra un berrinche de no te menees. Aprieta sus puñitos, se pone colorado como un tomate, y grita como si le estuvieran matando. Cuando vamos a tranquilizarle no sabemos muy bién qué hacer. Antes le poníamos el chupete, pero ahora ya sabe hacerlo él, así que corres en su auxilio y le encuentras berreando con su chupete puesto y claro, lo único que te queda es cogerle en brazos, justamente lo que él está buscando... pero es que si caes en ese juego ya no hay quien le vuelva a meter en la cuna... Lo sé porque no soy de piedra y los primeros días le cogía, le mecía, le cantaba canciones en bracitos, y él tan feliz... pero el momento de volver a ponerle en la cuna es atroz, entonces sí que los vecinos deben acordarse de toda nuestra familia... ¡No sabéis como se pone! y al final hasta las doce de la noche, que si ahora te cojo, ahora te canto, ahora te saco los mocos a ver si es que no respiras bien, ahora te doy agua... En fin, llamadme tirana, pero me niego a dormirle en brazos y todas sus variantes. Creo que tiene que dormirse él solito con su chupete y sus muñecos. Y aquí es donde entra el famoso libro que todo el mundo conoce del Dr. Estevil, que recomienda dejarles llorar en intervalos de dos minutos, cinco, siete, diez... etc. para que vean que no les hemos abandondado pero que tampoco vamos a ceder ante sus caprichos. Estoy segura de que, a largo plazo, es un método infalible para que duerman, pero una se siente un poco Cruela de Vil practicándolo. Tampoco lo llevo a rajatabla porque me resulta imposible. Me obligo a no cogerle en brazos por mucho que me apetezca, pero no hago exactamente lo que dice el libro. Algunos días me ha funcionado muy bién cantarle una canción mientras le doy caricias en la carita, pero sin sacarle de la cuna. Le canto "Hijo de la luna", de Mecano, que tiene una melodía como de nana y le tranquiliza mucho, pero tengo que pensar en inventarme una nueva letra para cuando tenga uso de razón, porque la real es algo macabra...
Lo bueno es que ahora, una vez que se ha dormido, no se despierta hasta la mañana siguiente a eso de las ocho y media o nueve. O tal vez sí lo haga, pero no nos enteramos, posiblemente porque ya sabe ponerse el chupete él solito.
Ha aprendido muchas cosas estas últimas semanas. Aún no se anima a gatear, pero le encanta estar de pie y está fortaleciendo mucho las piernas. Agarra muy bien las cosas con las dos manitas y se las pasa de una mano a otra, y ha empezado a desarrollar bastante la puntería, gracias a un juguete que le regalaron los tíos Carlos y Ángela que consiste en meter una bolita por una agujero y que baje por un tobogán. Ya lo hace él solito y le encanta.
Hablando de juguetes... ¡Nunca había comprado tantas pilas!! Y lo peor no es comprarlas, sino cambiarlas... Porque claro, los juguetes están hechos a prueba de niños, y a prueba de manazas... como una servidora, y para cambiar las pilas hay que tener maña, y mucha paciencia. Por lo general los juguetes para bebés vienen con unos tres o cuatro tornillos minúsculos que hay que quitar para lograr acceder al compartimento de las pilas. Así que no solo hay que tener las pilas de repuesto, sino también un destornillador de estrella pequeñito, algo de habilidad manual y muchas ganas... En resumen, que de los juguetes que tenían música esta Navidad, la mayoría se han quedado mudos...