Siguiendo con la noche en la que nació Manuel. Llegamos a la clínica Montepríncipe sobre las diez y media de la noche del 29 de mayo. Mis contracciones eran ya muy seguidas y me dolían muchísimo, cada vez más. Al ver la sala de espera de urgencias se me cayó el alma a los pies porque estaba llena hasta la bandera y, lo que es peor, había otras tres embarazadas que habían llegado antes que yo, por lo que tenía que esperar mi turno para ginecología.
Cuando le dije que esta vez iba en serio y que me atendieran pronto porque iba a parir allí mismo, el chico que había en el control me miró con cara de haber visto millones de veces casos como el mío y que a la mayoría nos enviaban a casa por falsa alarma. Estuvimos más de una hora esperando. Al principio intentábamos hacer un crucigrama entre los dos, pero al cabo de un rato los dolores ya no me dejaban pensar, y no sabía si sentarme, levantarme o pasearme a gritos por la sala de espera. Recuerdo que miraba con odio a las otras embarazadas segura de que a ellas no les podía doler tanto como a mí y rabiando porque por su culpa tendría que esperar aún más. A esas alturas ya estaba segurísima de que el parto estaba en marcha y mi preocupación era llegar a tiempo para dar a luz en un quirófano "como Dios manda".
Por fin un enfermero dice mi nombre y me pasan a la sala de reconocimiento. Ésta vez me atiende una ginecóloga que no se muestra muy amable y desde luego nada comprensiva con mis dolores. Me pongo en el potro para que me explore (es curioso como, en esos momentos, te invade la falta de pudor más absoluta y el hecho de que te metan un dedo enguantado de latex en tus partes íntimas te parece lo más normal del mundo) y, cual no sería mi sorpresa, indignación y congoja cuando me dice, tan tranquila, que aún no estoy de parto, que no tengo nada de dilatación y que mis contracciones no son "efectivas". Me quería morir solo de pensar en volverme por donde había venido. Además, estaba segura de que aquella médico no tenía la menor idea de lo que estaba haciendo. Se me debió ver en la cara, porque me aseguró que aún así me van a monitorizar para estudiar la secuencia de las contracciones. Me llevan a un box y me atan a las correas. Una camisa de fuerza tampoco me hubiera ido mal, claro que probablemente no hubieran encontrado mi talla. Enseguida se oye el fuerte latido del corazón de Manuel. De pronto, no se si fueron los nervios o qué, las contracciones parecían menos dolorosas, como atenuadas, así que empecé a resignarme a la idea de la falsa alarma. En la camilla de al lado había una chica embarazada de gemelos y también le iban a dar el alta. Sin embargo, diez minutos después apareció un médico con un fuerte acento cubano, muy gracioso, que miró el papel que registraba las contracciones y me dedicó un gesto de compasión, como diciendo, "pues va a ser que sí, que te duele"... Me dijo que, aunque mis contracciones no tenían ritmo y por eso no eran efectivas, me iban a dejar ingresada porque no me podían enviar así a casa. Me pincharon un calmante que, según dijeron, no provocaría ni detendría el proceso de parto, sino solo atenuaría el dolor, que tratara de descansar y que al día siguiente mi médico decidiría, "qué hacer conmigo".
Una vez en la habitación miré a mi alrededor y supe que sería allí donde viviría las primeras horas con mi niño y pensé "parece que por fin ha llegado el momento, va a ser así". No obstante, todo seguía pareciendo algo irreal. David estaba increíblemente tranquilo. Bajó las maletas, que habíamos dejado en el coche por si acaso, y yo recuerdo que saqué de una de ellas un Sudoku que tenía a medio terminar y mi portaminas... ¡qué ilusa! En la habitación me sentí más tranquila y más cómoda. La enfermera, muy amable, me trajo un camisón. Poco después vino la matrona a explorarme. También me dijo que no estaba de parto, que solo tenía el útero permeable a un dedo, pero que podría ponerme en cualquier momento o al día siguiente, que me diera una ducha bien caliente y que hiciera los ejercicios de relajación que había aprendido en las clases de preparación al parto, que si en una hora seguía con las contracciones le avisara. Esta es la pinta que tenía...
Ayudada por David me fui a la ducha y estuve allí un buen rato con el chorro de agua caliente sobre mis riñones. Después de la ducha yo quería poner la tele para distraerme pero David me dijo que eran las dos de la mañana y que despertaríamos a los vecinos. Los dolores continuaban, y yo intentaba relajarme, respirar... David me decía, tranquila, respira, relájate... Pero aquello era imposible, me dolía muchísimo. Pasado algo más de una hora de infierno me dí cuenta de que las contracciones eran ya cada minuto o minuto y medio, y aquello no había ya quien lo aguantara. Decidí llamar a la enfermera y me dijo que iban a pasarme a epidural.
Lo que sigue fue todo muy rápido. Vinieron a ponerme un enema, ¡muy desagradable! y a rasurarme y recuerdo que ya entonces estaba retorciendome de dolor. Me bajaron en la cama al quirófano donde me pondrían la epidural que iba a acabar por fin con mi suplicio. A David le dijeron que tardarían una media hora, así que él iba a aprovechar para ir a tomar algo. El anestesista era muy amable, pero no hacía más que decirme que me estuviera quieta, y a mí me parecía imposible. Después de pincharme me dejaron tumbada en la cama en un pasillo supongo que para asegurarse de que reaccionaba bien. Esos fueron los peores momentos porque recuerdo que llevaba un cateter en alguna parte y me decían que no me moviera, pero yo no podía estarme quieta por el dolor. Cuando vieron que yo seguía en un grito llamaron a la matrona. Al verla me sentí más tranquila. Me exploró y dijo "uy pero qué bién has dilatado cariño, estás de ocho a completa, vas a tener a tu hijo muy pronto", y después "llamen al doctor para que venga con urgencia, vamos directamente a quirófano". Le pedí que avisaran a David, que tardó poquísimo en llegar, pero a mí se me hizo una eternidad. Yo seguía con dolores horrorosos, pero al menos esperanzada de que terminarían pronto. La matrona se quedó conmigo intentando tranquilizarme y me decía que lo mío se llama "parto precipitado" y que no es muy habitual dilatar tanto en tan poco tiempo. Cuando llegó el médico, unos diez minutos más tarde, me pasaron a la sala de partos y a David le mandaron esperar fuera. Manuel estaba a punto de nacer.
3 comentarios:
Hay veces que los médicos se olvidan de la calidad humana, eh?no se que clase de corazon tienen. POr lo que cuentas se te hizo duro y largo, pero al final siempre merce la pena.
Bienvendia a mi blog, te linkee para poder seguir leyendote. Besos
Genial, gracias, yo también te acabo de poner en mi blogroll, aunque ya veo que te privatizas... Por supuesto que merece la pena por muy mal que se pase en el parto. Besos
Mandame tu email a mi blog para que puedas seguir leyendome o dejamelo por aqui, asi podre incluirte, aunque vaya a privatizar ahora aun eres bienvenida
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