sábado, 29 de diciembre de 2012

Hermanos

El lechón dice que no quiere que Julio se haga mayor, que quiere que se quede como ahora para siempre. Nosotros le decimos que cuando sea mayor será más "diver" porque podrán jugar juntos y tal, pero él sigue en sus trece y responde convencido: "ya, pero no será tan mono". Ésta es solo una de las muchas pruebas de Amor que vemos a diario del lechón al bebé. Ver como estos dos se adoran es una de las experiencias más gratificantes que he vivido como madre, y seguramente también como persona. Se me cae la baba a chorros cuando Manuel le hace a su hermano cualquier monería y éste le recibe con el máximo alborozo, riendo a carcajadas, agitándose de satisfacción... Me ha sorprendido muchísimo la actitud del lechón como hermano mayor, tan consciente, tan amoroso. Me parece que ha crecido mucho en todos los aspectos desde que Julio llegó a nuestras vidas.

A su pequeña manera me ayuda a cuidar de su hermano pequeño. Me abre las puertas para que yo pueda pasar con el cochecito, si vamos solos en el coche me dice si el hermanito se ha dormido o está despierto, le pone el chupete, le canta canciones para que no llore. Me emociona que se haya aprendido las típicas canciones de palmas palmitas, higos y castañitas, los cinco lobitos... aunque a él no le harían falta porque sólo con que le dirija al boquerón un par de sonrisas el otro se deshace de adoración. Copia mis muletillas y le habla en el mismo tono que yo, que me muero de ternura escuchándole. Me pide que le deje ver la tele a su lado, o que le siente en su habitación para que vea cómo juega, sabedor de que el pequeño es el mejor público de sus payasadas, el mayor admirador de sus proezas. Y sin embargo, los celos están ahí, y se notan en llamadas de atención a base de mal comportamiento, en absurdas rabietas inexplicables, en ataques de mal genio sin venir a cuento. Pero nunca, hasta ahora, los celos se reflejan en malas caras hacia su hermano, que solo recibe la mejor parte del lechón y constantes muestras de cariño.


Ya vendrán tiempos en que se lleven fatal, como todos los hermanos. Tiempos en que haya que mediar para evitar peleas... espero que tarden en llegar. Pero ahora no quiero pensar en eso, quiero disfrutar de momentos como el de la foto, cuando Manuel se mete en la cuna de Julio para achucharle y decirle cosas bonitas mientras Julio se ríe a carcajadas

miércoles, 19 de diciembre de 2012

Malas noches

No es que sea una excusa para tener el blog en estado de abandono... pero llevamos un mes sin levantar cabeza. El lechón va ya por el tercer catarro este otoño, y tal como los pilla se los contagia sin piedad al hermanito. Lo que en el mayor suelen ser unos mocos sin importancia se convierte para Julio, y de rebote para toda la familia, en una colección de síntomas: mocos, irritabilidad, falta de apetito, vómitos, gases... que no nos dejan vivir y, sobretodo, dormir.

Vivo como un zombie y las ojeras me llegan a la barbilla. Julio se despierta llorando una media de cinco veces por noche, y la única manera de calmarle es pasearle un buén rato por toda la casa, darle masajes en la tripita para aliviar los gases, sacarle los mocos con el sorprendente artilugio diseñado para tal fín para, al final, dejarle en su cuna con mucho cuidado, lenta y suavemente como si fuera una bomba de relojería, rezando bajito para que tarde en despertarse de nuevo. Y ésto suele ocurrir, al menos las tres últimas noches, entre media hora y dos horas después. Seguramente los torturadores nazis se inspiraron en estas noches para crear sus métodos. Tengo verdadero miedo de que en una de éstas, si seguimos así, me quede dormida de pié con Julio en brazos, o le tumbe sin querer en la bañera en lugar de en su cuna, tal es mi estado lamentable cada vez que tengo que levantarme. De hecho ya me dí un golpe en el dedo del pié al tropezarme en la oscuridad hace dos semanas y estuve coja un par de días. Sólo espero que ésto pase pronto porque el papá ejemplar y yo estamos al borde del colapso. Está claro por qué los bebés son tan adorables, suaves, dulces y huelen tan bién. La naturaleza es sabia y se asegura de que los padres no sean capaces de abandorles a su suerte cuando las fuerzas les flaquean.

lunes, 3 de diciembre de 2012

Los celos eran ésto

Estaba yo más que avisada, y hasta cansada de oír la consabida pregunta, "¿qué tal lo lleva el mayor?". Le decía a todo el mundo que muy bién, que está encantado con su hermanito, que le adora y le colma de mimos y atenciones. Orgullosa contaba yo lo mucho que nos ha sorprendido lo bién que ha asumido su nuevo papel, lo cariñoso que es con su hermano. Y ha sido eso lo que me ha despistado durante estos (ya!) cinco primeros meses del pequeño. No sé porqué yo pensaba que los celos se manifiestan en una animadvesión manifiesta hacia el rival, y me los imaginaba como algo mucho más evidente, que vería claramente, como un alumbrado de luces de neón. Pero resulta que me ha estallado en las narices porque se ha ido fraguando lenta y sutilmente sin yo darme ni cuenta. Mis alarmas saltaron cuando el lechón perdió el apetito de forma muy llamativa, y, en mi lucha diaria para que comiera, me dí cuenta de que su negativa a comer era como un grito de auxilio diciendo "mami, hazme caso!". Lo malo, o lo bueno, es que conseguía esa tan necesaria atención por mi parte pero no para bién, sino para enfadarme y reñirle por no comer, o para enviarle a la cama sin su ratito de dibujos o su premio. Creo que las madres nos sentimos fracasadas si nuestros cachorros no comen, debe de ser algo atávico, es como si nuestra misión más importante, nuestro trabajo, lo estuviéramos haciendo mal, como si no lo supiéramos completar. Así me sentía yo y por eso le echaba unas charlas monumentales para que comiera, que a él por un oído le entraban y le salían por el otro. Un día me caí del guindo y me dí cuenta de que los celos eran ésto... y me llevé un buen disgusto, sobre todo porque me sentí tan culpable como solo una madre puede hacerlo. Vi entonces en sus ojos la decepción, el enfado, la tristeza... pero la culpable era yo, no su hermano... Por suerte o no, eso lo tiene muy claro, por ahora.

El papá ejemplar, que es en estas crisis cuando se gana de verdad el apodo, tuvo el temple para diseñar una estrategia hacia el tema de la comida que parece que va funcionando. Quitarle importancia, dejar de reñirle y de castigarle, y darle la oportunidad de decidir por sí mismo cuándo quiere volver a comer, porque según dicen ningún niño se mata de hambre. Para los hijos es tan importante nuestra atención, nuestra mirada, nuestro tiempo en su compañía, que prefieren vernos enfadados, ganarse una bronca, quedarse sin premios, lo que sea pero siendo ellos los protagonistas... y si es robándole el papel a su hermanito pequeño, mejor que mejor. Desde que ha visto que dejar de comer no le da minutos extra de atención por mi parte parece que vuelve a tener apetito. Además, yo he enterrado el hacha de guerra y procuro enfadarme menos con él para que no tenga la impresión de que él solo se lleva regañinas y el bebé recibe todos los mimos.  Y por supuesto la mejor terapia para los celos: atención y mimos, que él no pide pero necesita muchísimo. Volver a tratarle un poco como un bebé hace que le rían los ojos, buscarle para darle un mordisco, perseguirle para comérmelo a besos... cosas que, mea culpa, llevaba mucho tiempo sin hacer. Porque mi niño mayor está muy alto y a veces se me olvida lo pequeñito que es todavía.
Related Posts with Thumbnails