Allá por el mes de mayo escribí sobre cómo quería que fuera mi parto y sobre mis dudas a la hora de elegir el hospital en el que dar a luz. Como os decía allí, buscaba la manera de tener un parto respetado, humano y todo lo natural que fuera posible.
Después de darle muchas vueltas, mi duda se resolvió sola porque la elección me la pusieron en bandeja mi ginecólogo y su arrogancia. Tras la visita de la semana 34 decidí que mi barriga no se iba a pasear más hasta aquella consulta, y que no iba a ser él quien ayudar a nacer a Julio. Os parecerá una tontería, pero me indignó un comentario suyo sin importancia en el que me trató como a una niña pequeña que no conoce su cuerpo ni sabe la diferencia entre una contracción y una piruleta. Y como no estaba dispuesta a que, de nuevo, me tratara así durante el parto, decidí cortar por lo sano y no volver. Por suerte ya estaba haciendo el doble seguimiento con este ginecólogo privado y también en el Hospital Puerta de Hierro de Majadahonda, público, así que por eliminación me quedé con este último.
Y solo tengo buenas palabras sobre la atención en este hospital, tanto en lo que se refiere al seguimiento del embarazo como, sobre todo, en la asistencia al parto. Yo que desde niña he sido educada en la creencia de que todo lo público es de peor calidad, mientras a lo privado se le presuponen las bondades, me he visto obligada a cambiar de opinión radicalmente.
Por muchas razones que ya conté aquí, mi primer parto fué una pesadilla. El expulsivo especialmente, fué un cúmulo de despropósitos, y me sentí empequeñecida, en un frío quirófano rodeada de desconocidos que me daban órdenes y hasta me reñían. No dejaron entrar al papá hasta el último momento, así que me sentí sola, desbordada por la situación y muy perdida. El resultado fueron pujos ineficaces que no ayudaban a nacer a mi hijo, que al final salió con forceps, mientras yo sufrí una enorme episotomía con desgarro, gran pérdida de sangre y un postparto espantoso.
El día que Julio vino al mundo fué muy diferente. Las matronas del Hospital Puerta de Hierro me hicieron sentir segura, respetada y dueña de la situación. Me pusieron una monitorización sin cables para que pudiera moverme por la habitación durante la dilatación. Los dolores de las contracciones no mejoran porque te traten con respeto, pero lo que sí es cierto es que sentirte fuerte te ayuda a llevarlo mejor, a no tener miedo. Pedí la epidural cuando ya no podía soportarlo más, y una vez más descubrí que no es ni mucho menos milagrosa, porque seguí sintiendo dolor, aunque un poco amortiguado. La matrona no rompió la bolsa artificialmente, estuvo pendiente de mí pero dejándonos también nuestros momentos de intimidad. Incluso el ambiente del paritorio, un lugar mucho más amable y parecido a una habitación, el hecho de poder estar acompañada por el padre en todo momento, son pequeñas cosas que me ayudaron a parir con naturalidad, a soportar los dolores sin miedos, y a ser capaz de colaborar mejor en el momento del expulsivo. Así que cuando, después de unas tres horas de dilatación llegó el momento de empujar, mi cuerpo respondió bién y en cuatro pujos mi bebé nació sin complicaciones, ni broncas del médico, ni forceps, ni episotomía. Sólo una matrona, una enfermera, papá ejemplar, y yo. Un nacimiento tan emocionante y tan feliz que todavía tiemblo al recordarlo.
1 comentario:
Enhorabuena por tu parto, yo en el tema sanidad siempre, siempre, siempre me quedo con la pública, eso no quita que acuda a la privada para determinads cosas, pero en lo que se refiere a una hospitalización siempre en la pública y donde se pone una UCI de neonatos de la pública no llegan las privadas ni queriendo.
Besos. Inma
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