miércoles, 17 de agosto de 2011

Agosto acatarrado


No sé si será el cambio de clima. Pasar del ochenta por ciento de humedad que “disfrutábamos” en Bali a la sequedad ambiental madrileña es una experiencia durilla en muchos aspectos.  Mi piel, descamada y perdiendo bronce a pasos agigantados, pide a gritos hidratación… Pero eso es lo de menos. Lo peor es el aparato respiratorio, que  lleva dando lata desde aquellos fríos días de fines de julio, ¡quién lo diría! Estoy al borde de comprar un humidificador de ambiente, de esos que siempre he despreciado por considerarlos trastos inútiles y engorrosos… Los 40 grados a la sombra de aquí, con humedad cero, tampoco parecen haberle sentado nada bién al lechón, que lleva resfriado ya ni sé el tiempo, alternando mocos a tutiplén, tos, dolor de garganta, fiebre, otra vez tos y vuelta a empezar. Por suerte en Madrid, a falta de humedad, tenemos una Sanidad pública que ya quisieran en Bali y no nos han faltado medios para atajar el eterno catarro veraniego. Por primera vez un médico español nos recetó antibiótico, y creía yo que no lo verían mis ojos… Pero ni por esas, el niño sigue tosiendo y ya van diez días sin pisar la piscina, que ya es. Un mes de agosto en Madrid, con hijo único y sin posibilidad de piscina, es un reto para la imaginación de cualquier padre. No ayuda que los familiares y amigos con quienes compartir ratos tengan la fea costumbre de irse de vacaciones, los muy egoístas. Así que este puente de agosto hemos exprimido lo que hemos podido las opciones de ocio de secano en Madrid, y hasta se nos han ocurrido planes alternativos, y baratos, para pasar el rato. 


-          Remar en el lago de la Casa de Campo, un clásico. Al papá ejemplar le horroriza lo de montar en barca y montó con cara de cordero degollado y profiriendo amenazas al lechón, que prometió portarse bién. Estoy segura, y mi madre lo ha confirmado, que de niña  no me llevaron nunca en barca, y mi trauma infantil me lleva a querer dar una vuelta en cualquier medio de transporte fluvial a mi alcance: y claro, el lechón encantado de la vida.

Ir en tren (ligero) y en metro, sin ninguna necesidad, ni rumbo, ni prisa. Y diréis, qué tontería, pero es que este niño mío va para ingeniero. Le maravilla todo lo que se refiere al mundo de los transportes: coches, motos, bicis, y, sobre todo, los trenes. Así que en aras de hacerle feliz, el lunes pasamos la tarde, en familia, tren arriba y tren abajo. Al menos es agradecido, y cuando veníamos de regreso me dice: ¡qué bién lo hemos pasado mami!




-  Conocer, y admirar, las mejoras urbanísticas de nuestra ciudad, que parece que por fin -o por la crisis, según se mire- ¡se han acabado las obras! Merece una visita el nuevo espacio en torno al Río construido sobre la soterrada M-30, con diecisiete zonas de juegos infantiles diferentes. El lechón disfrutó de lo lindo en la colina de los toboganes, tanto que hubo que sacarle de allí casi a rastras.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Esta claro que el cambio os está pasando factura. Pero por lo menos encontrais entretenimiento para el niño, que no es poco!

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