Ayer, mientras cenábamos, el lechón tuvo una de esas salidas que te dejan boquiabierta. Estábamos en la cocina con Inga, la chica que me ayuda en casa, y él estaba cenando realmente mal, despacio y sin ganas. Cuando llevaba media hora delante del plato para comerse dos cucharadas de arroz yo, que tengo entre poco y nada de paciencia, resoplaba enfadada, le apremiaba, procuraba sobornarle con dibujos, amenazarle... en fin, el pan nuestro de muchas noches en esta casa. En ésto a Inga se le ocurre preguntar:
- Y Manuel cuando era pequeñito comía bién como Julio ahora?
- Si, se lo comía todo muy bién, solo que la fruta no le gustaba tanto como a Julio.
Y el lechón, que parecía no estar escuchando pero no se le escapa una, exclama:
- Jo ¡Ojalá fuera pequeño!
- ¿Y por qué te gustaría ser pequeño?
- Para que no te enfadaras conmigo.
Me dejó sin palabras, y con un sentimiento de culpa que paqué.
1 comentario:
Ay, pobre...
No me extraña que te quedases con mal cuerpo. Son tan chiquititos que no entienden nada cuando nos enfadamos...pero es que desespera tanto verlos comer mal.
ÁNimo!
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