Ésta es mi última semana de baja maternal. La última de 22 semanas en las que he descubierto lo que supone ser madre de dos, he disfrutado muchísimo de mis niños, y me he enamorado locamente de mi bebé. Que nadie se ponga celoso ni se ofenda, porque ya dejé claro en otro post que una tiene capacidad de amar para dar y regalar. De mis otros dos varones me enamoré hace más tiempo y no tienen que ver peligrar su puesto de ninguna manera. En estos casos, la necesidad obliga, y una madre puede ser pelín infiel repartiendo entre los retoños, y a partes iguales, achuchones, carantoñas (y regañinas también cuando llegue el momento), sin que peligre ni un poquito la parte correspondiente al papá ejemplar, que llegó primero al corazón materno y eso también tiene que notarse.
Esta baja no ha tenido nada que ver con la primera. Ha sido mucho mejor, como explicaba en este post, la segunda crianza se afronta de una forma más relajada y eso ha sido crucial durante todos los días de mi baja. Cuando nació el lechón la depresión postparto, mezclada con el agotamiento y la inseguridad me dejaron hecha un manojo de nervios. Los últimos dos meses de la baja ya estaba más tranquila y relajada, loquita de amor por mi bebé como ahora, pero aún así recuerdo que, allá por el 2008, cuando aún se ponía en tela de juicio si había o no crisis en España, yo volvía a trabajar con sentimientos encontrados. Por un lado me daba pena dejar a mi precioso bebé, y por otro tenía ganas de reencontrarme con mi yo profesional y recuperar algo de independencia. Secretamente, sentía algo de claustrofobia y veía en el trabajo una posibilidad de salir y tener tiempo para mí. Qué equivocada estaba.
Cuatro años más tarde, de sentimientos encontrados nada, de ganas de yo profesional cero y la indepencia me importa más o menos lo mismo que la liga de Campeones, o sea, un comino. Estoy feliz viendo a diario como crece el boquerón, admirando como sabe ya cogerse los piececitos, siendo testigo de sus progresos a diario, recogiendo al lechón del cole teniendo aún algo de energía y buen humor para afrontar la tarde, paciencia para darle la cena y responder a sus millones de preguntas. No me apetece un pimiento, pero con la que está cayendo cualquiera se queja de tener un trabajo al que volver. Sé que muchos soñarían con mi suerte. No hay que escupir hacia arriba así que, sin protestar ni un poquito, el lunes que viene retomaré la jornada maratoniana de aquellas afortunadas madres que tenemos la suerte de trabajar a doble jornada. En mi caso, jornada reducida-intensiva de nueve de la mañana a cuatro de la tarde/ jornada maternal-extendida de cinco de la tarde a nueve de la noche... si hay suerte y los astros se configuran adecuadamente para que la prole esté dormida a esa bendita hora y hasta la mañana siguiente. Deseadme suerte.