miércoles, 11 de mayo de 2011

Tiempo de cambios


En menos de dos semanas estaremos de vuelta en Madrid y me invaden sensaciones ambivalentes. El miedo a los cambios me ha acompañado desde niña, tal vez porque mis padres no fueron de los que amaban la estabilidad ni la rutina, e hicimos y deshicimos cajas y maletas más veces de las que me hubiera gustado. Recuerdo cada mudanza, cada cambio de colegio y cada nuevo escenario como un precipicio ante mis ojos. Recuerdo la sensación del suelo moviéndose bajo mis pies, la melancolía por lo que dejaba atrás, el rechazo a lo nuevo, el miedo y la angustia de decir adiós a un hogar para intentar crear algo parecido entre cuatro paredes que sentía ajenas. No estoy segura de cuánto duraba aquella inseguridad, si eran días o semanas, no sé si la melancolía era real o sobre actuada, que yo de niña fui muy dramática, pero sí tengo la certeza de que aquello no me gustaba ni pizca y de que más de una noche me dormí llorando y angustiada.

Y ahora la historia se repite y yo también pongo a mi niño en ese brete. No puedo evitar sentirme algo culpable. Primero tuvo que despedirse de su familia y de su pequeño mundo y ahora, que por fín se siente cómodo en Bali, que adora su "Playground", que chapurrea inglés, que está rodeado de amigos... toca hacer las maletas de nuevo. Ha cambiado mucho en los últimos dos meses, y se está haciendo mayor a cada rato. Se nota porque es consciente del tiempo y el espacio. Sabe dónde vivimos, conoce cada calle y cada esquina. Entiende cada vez más el transcurrir de los días, el paso de las horas, los cambios en la luz. Me aterra que al llegar a Madrid me diga, igual que el último fin de semana que salimos de viaje, "mami, yo quiero ir a casa". Por suerte o no, Bali es la única casa que conoce y recuerda. Ayer, mientras veíamos a través de Skype el que será nuestro nuevo piso de Madrid, Manuel exclamó con decisión y un gesto hosco: "me gusta más esta casa". Se me partió un poquito el corazón.  Yo también extrañaré las flores de loto en el estanque, la vegetación frondosa, el vivir permanentemente al aire libre... Sé que perdemos cosas pero ganamos otras más importantes. Abuelas, primos, tíos... amiguitos con los que hablar en español. Echaremos de menos ir a la playa a menudo, pero tendremos días de invierno soleados y paseos por el Madrid de los Austrias. Soñaremos con batidos de frutas naturales al borde del mar, pero se nos alegrará el corazón viendo los tulipanes florecer en la Castellana en primavera. Extrañaremos la belleza de los arrozales pero disfrutaremos de aperitivos gloriosos en las tascas de La Latina. Recordaremos a los amigos que dejamos aquí, pero tenemos a todo un ejército esperándonos en España con toneladas de ilusión. Hemos tenido la inmensa suerte de vivir esta experiencia y es hora de volver, y lo hacemos con muchas ganas porque, en la distancia, se aprecian mejor los detalles de lo que has dejado atrás.

Ha llegado el  momento de preparar a Manuel para el cambio, y espero hacerlo mejor esta vez, porque creo que cuando vinimos, hace nueve meses, estuvimos demasiado centrados en nosotros mismos y no calibramos bien las necesidades de un niño de poco más de dos añitos que se enfrentaba a todo un terremoto vital para el que no estaba entrenado. Hoy, con casi tres años, el lechón está madurando, física y emocionalmente, y tiene un carácter cada vez más parecido al de su madre: genio endiablado, impaciente, gruñón, sensible, dramático... ¡Ha heredado todos mis defectos! Sólo espero que no le aterren los cambios tanto como a mí, y que éstos le hagan más fuerte, más flexible y sociable, más abierto, mejor persona.

domingo, 1 de mayo de 2011

Ser Madre



“Por culpa del azar o de un desliz, cualquier mujer puede convertirse en madre. Dios la ha dotado a mansalva del “instinto maternal” con la finalidad de preservar la especie.
Si no fuera por eso, lo que ella haría al ver a esa criatura minúscula, arrugada y chillona, sería arrojarla a la basura.Pero gracias al “instinto maternal” la mira embobada, la encuentra preciosa y se dispone a cuidarla gratis hasta que cumpla por lo menos 21 años.
Ser madre es considerar que es mucho más noble sonar narices y lavar pañales,que terminar los estudios, triunfar en una carrera o mantenerse delgada.Es ejercer la vocación sin descanso, siempre con la cantaleta de que se laven los dientes, se acuesten temprano, saquen buenas notas, no fumen, tomen leche…
Es preocuparse de las vacunas, la limpieza de las orejas, los estudios, las palabrotas, los novios y las novias; sin ofenderse cuando la mandan a callar o le tiran la puerta en las narices, porque no están en nada... Es quedarse desvelada esperando que vuelva la hija de la fiesta y, cuando llega hacerse la dormida para no fastidiar. Es temblar cuando el hijo aprende a manejar, anda en moto, se afeita, se enamora, presenta exámenes o le sacan las amígdalas. Es llorar cuando ve a los niños contentos y apretar los dientes y sonreír cuando los ve sufriendo. Es servir de niñera, maestra, chofer, cocinera, lavandera, médico, policía, confesor y mecánico, sin cobrar sueldo alguno.
Es entregar su amor y su tiempo sin esperar que se lo agradezcan. Es decir que “son cosas de la edad” cuando la mandan al carrizo.
Madre es alguien que nos quiere y nos cuida todos los días de su vida y que llora de emoción porque uno se acuerda de ella una vez al año: el Día de la Madre. 
El peor defecto que tienen las madres es que se mueren antes de que uno alcance a retribuirles parte de lo que han hecho.
Lo dejan a uno desvalido, culpable e irremisiblemente huérfano.
Por suerte hay una sola. Porque nadie aguantaría el dolor de perderla dos veces.”

Me he emocionado leyendo este maravilloso texto de Isabel Allende. No tanto por verme reflejada yo en mi papel de madre, como por ver un retrato fiel de la mía. Qué suerte tener una de éstas madres que tan bien describe mi escritora favorita. Sólo espero saber serlo yo también, y que algún día mi niño lea ésto y se emocione también pensando en los desvelos de su madre. Felicidades mamá. Y feliz día a todas las madres.
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