Pero no nos ha quedado más remedio. La víspera de nuestro viaje el lechón se cayó en el parque y se golpeó uno de los dientes de delante. Al pobre se le metió hacia dentro de la encía, se le movía un poco y parecía dolerle bastante. La encía inflamada e inyectada en sangre fue a peor cada vez, y durante el interminable viaje en avión no se separó del chupete, cosa que empeoró la situación aún más. Después de unos días en Bali vimos que aquello no mejoraba y que por la mañana Manuel se despertaba con la boca cada vez más hinchada. Nos dimos cuenta de que al succionar el chupete el diente se movía, clavándose aún más en la encía. Así que tuvimos que tomar una decisión drástica…
Quitarle el chupete ha sido infinitamente peor que quitarle el pañal. Pobrecito mío. Lo que ha llorado… Hoy es el cuarto día y ya lo lleva mejor, pero las primeras dos noches yo estuve a punto de claudicar. Si no llega a ser porque el papá ejemplar es mucho más fuerte que yo, le devuelvo su chupete sin duda. Además, Manuel sabe perfectamente quién es el eslabón más débil, así que gritaba “mami, mami, oto tete, mami” con una voz que me partía el alma… Le habíamos convencido de que aquí en Bali los nenes no llevan tete, que él ya es mayor… y hasta ahí todo bién. Tal fue la comedura de coco que él solito tiró el tete por el vater y le dijo, “allós tete”… Hasta ahí todo muy bién, porque claro, él sabe que tenemos al menos ocho tetes… lo malo vino a la hora de dormir. La niña del exorcista era un angelito a su lado.
Yo también echo de menos el tete una barbaridad… Esa tranquilidad de “enchufar” el tete y segundos más tarde escuchar la respiración tranquila del sueño profundo. El papá ejemplar lo ha sustituido por una miniexcabadora amarilla que es ya el último talismán. La cuidamos con esmero para que no se pierda, y a mí me tiene al borde de la paranoia. Así que ahora Manuel duerme con la excabadora en una mano, Ely en la otra, y su almohada entre las piernas. Que no le falte de nada!